Amigos absolutos by John Le Carré

Amigos absolutos by John Le Carré

autor:John Le Carré [Carré, John Le]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2012-01-12T12:39:44+00:00


* * *

—El profesor Wolfgang tiene un jardín precioso —anuncia. Ha encogido las huesudas rodillas y apoya en ellas los antebrazos—. Y Potsdam es una ciudad bonita. ¿Has visto esas casas prusianas antiguas donde los Hohenzollerns alojaban a sus oficiales?

Es posible que Mundy las haya visto, pero solo durante el viaje en autobús desde Weimar, cuando su interés en la arquitectura del siglo diecinueve era limitado.

—Un sinfín de rosas. Nos sentamos en su jardín. Me ofreció té y tarta, y luego una copa del mejor Obstler. Se disculpó por haberme abandonado y alabó mi comportamiento en circunstancias de extrema tensión. Me había desenvuelto de manera excelente ante mis interrogadores, dijo. Se habían formado un elevado concepto de mi sinceridad. Teniendo en cuenta que más de una vez había recomendado a mis interrogadores que se fueran a la mierda, puedes imaginar que no entendía adónde quería ir a parar con aquello. Me preguntó si deseaba tomar un baño después del largo viaje. Contesté que, como me habían tratado igual que a un perro, quizá fuera más apropiado que me echara al río. Dijo que tenía el mismo sentido del humor que mi padre.

Respondí que eso no era precisamente un cumplido, ya que Herr Pastor era un gilipollas y no lo había oído reír en toda mi vida. «Sasha, lo juzgas mal. Creo que tu padre tiene un sentido del humor memorable», contestó. «Simplemente se lo guarda para él. Los mejores chistes de la vida son sin duda aquellos de los que podemos reírnos cuando estamos solos. ¿No crees?»

»Yo no lo creía. No sabía de qué me hablaba, y así se lo dije. A continuación me preguntó si alguna vez me había planteado reconciliarme con mi padre aunque fuera solo por mi madre. Le contesté que jamás en la vida me había pasado por la cabeza semejante idea. Estaba convencido de que Herr Pastor no cumplía los requisitos mínimos como objeto de amor filial. Por el contrario, dije, representaba todo lo que en la sociedad había de oportunista, reaccionario y políticamente amoral. Debo añadir que, a esas alturas, el Profesor había dejado de impresionarme desde el punto de vista intelectual. Cuando quise saber en qué momento, según sus convicciones marxistas, esperaba que el Estado de Alemania del Este se debilitara y surgiera un Estado de auténtico socialismo, contestó, siguiendo los dictados de Moscú, que mientras la revolución socialista se hallara bajo la amenaza de las fuerzas de la reacción, dicha posibilidad era remota. —Sasha se pasa una mano por el cabello negro cortado a cepillo como para comprobar que no lleva puesta la chapela—. Sin embargo, no era ya el tema de la conversación lo que me interesaba. Era su actitud. Era la insinuación, manifiesta en los favores que me prodigaba, el Obstler, el jardín y el carácter civilizado de nuestra charla, de que, de un modo que yo percibía pero era incapaz de definir, le pertenecía por derecho. Existía un lazo entre nosotros, conocido por él pero no por mí. Era como un lazo de familia.



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